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es fácil quejarse

Quejarse es muy fácil, mejor aporta soluciones

Está claro, la sabiduría popular tiene más razón que un santo. Y quién no llora, no mama. En el mundo 2.0 y en el 1.0. Pero en 2.0 las quejas se multiplican, se magnifican, se vuelven recurrentes y además… ¡Se quedan ahí por los siglos de los siglos! 

Y sí, soy una firme defensora del derecho a pataleta. De la queja con sentido. De las reivindicaciones justas. Pero por favor, por favor, por favor… ¡STOP DRAMAS! Estoy (y esto es una opinión personal e intrasferible) hasta los bemoles de ver malos rollos, quejas y malos modos en todas las redes sociales y blogs. Que quejarse por un servicio, a una empresa o por algún agravio a mediante Twitter, Facebook, Instagram y mail ya sabemos que cada vez es más recurrido y que además funciona mejor que otros canales en los que a veces los servicios de atención al cliente pasan un poco de los clientes y usuarios. Pero nos estamos yendo al otro extremo. Porque a nadie le gusta tener su timeline lleno de quejas. Y además no son reflejo de la realidad. Lo parece, pero no. Porque admitámoslo, los españolitos somos muy dados a esto de la queja gratuita, a las manifestaciones de bar y carajillo, a poner el grito en el cielo con «súper indignación» y luego a otra cosa mariposa, que no era para tanto.

aporta valor

En la vida, aporta valor, por favor.

Pero… Si no era para tanto… ¿Por qué ese mensaje que duele en el corazón al servicio de atención al cliente? ¿Por qué ese tono de indignación, esas letras chillonas, esa pérdida incluso de formas? Sí, los consumidores se han transformado en prosumers, en consumidores que pueden dar su opinión y lo hacen. Y eso está bien. Pero todo derecho implica también una resposabilidad. Y el derecho a queja implica respirar un poco y pensar antes de lanzar mensajes al aire que pueden generar una bola de indignación y malos rollos, con sentido o sin. Es más, pueden generar no sólo malos rollos, sino bajas de servicios, pérdida de clientes, de ventas…

De verdad, soy partidaria de la queja (con soluciones, con valor, por favor). Pero a veces es demasiado. El gatillo de las redes sociales se dispara solo. Así que quéjate, pero antes revisa si:

  • Tu queja está realmente motivada: ¿alguien más ha planteado tu misma duda? ¿Qué han respodido? Si eres nuevo en un servicio, por ejemplo, ¿de verdad has revisado bien las condiciones del mismo antes de quejarte?
  • Si tu queja es en realidad una duda, no te quejes, pregunta. 
  • Si tienes motivos, exponlos, pero sería genial que aportaras un atisbo de luz y esperanza y dieras también una salida, una posible solución.
  • Algunos trapos sucios es mejor dejarlos en la intimidad. Si tu queja tiene que ver con algo que para responderte se deben dar datos sensibles, ¿no será mejor plantearlo por correo o por chat o por teléfono? No es necesario hacer escarnio público a las primeras de cambio.

Y sobre todo… ¿Se te ha ocurrido pensar que tras la pantalla y el teléfono, quién te contesta, es también persona? ¿Qué responder quejas constantemente no es nada agradecido? ¿Que quizá la empresa en cuestión no es el demonio y de verdad intenta hacerlo bien y ofrecerte el mejor servicio que sabe… o que puede?

Finalmente, amigos quejicas del 2.0… Tenemos derecho a pataleta. Pero los reconocimientos, las gracias y las alabanzas también sientan muy bien. Imaginad lo hermoso que serían los días si en vez de quejas constantes viéramos buen rollo, soluciones y florecitas.

Lo dicho, los derechos comportan responsabilidades. ¿Y tú, eres de los que se quejan?